viernes, 21 de octubre de 2011

La situación no es nada fácil, pero es más o menos así. Uno está con alguien y siente más de lo que dice y cree saber que la otra persona también siente más de lo que nos dice, pero en realidad nadie dice nada, y entonces suponemos e inferimos y buscamos argumentos para justificar los sentimientos exacerbados, y entonces, a partir de ahí, todo es ficción, ilusión o irrealidad. Cada palabra que sale de su boca triplica su significado cuando llega a nuestro cerebro y así es como un “sí” es para nosotros un “me muero de ganas” o un “lindo” es “lo más hermoso que vi en mi vida” o una simple sonrisa al vernos pasa a significar por arte de magia “no hay nada que me haga más feliz que verte”. Y entonces estamos en serios problemas, porque el tejido se extiende infinitamente y uno queda atrapado, inmovilizado, y aunque intenta salir se enreda más y más y después vienen los malentendidos y el descenso vertiginoso y la caída y el choque repentino con la realidad y uno se acuerda de que en realidad es imposible porque (hay una lista extensa de razones) y se vuelve una tortura escuchar cualquier canción o leer cualquier libro porque (todo remite a lo mismo) y entonces la tristeza y la vergüenza y de nuevo la duda y los “pero y si en realidad…” y reaparece la fe y la esperanza y de vuelta nos subimos a la montaña rusa loca de las emociones y seguimos tejiendo con los ojos cerrados y no, no hay nada que hacer, no hay vuelta atrás, el corazón nunca aprende.

3 comentarios:

Agustín dijo...

Por eso hay que hablar, porque lo que no se dice se supone y lo que se supone tiende a no existir.

Edgardo G. dijo...

El problema es cuando hablar equivale a suicidarse. Ya te voy a contar la situación y vas a ver.. Es muy cómico (?) xP

Agustín dijo...

Esperaré gustoso. Al margen de eso, hablar rara vez no implica lo contrario a suicidarse. Pero claro que depende de lo que uno diga.